CAMILO
Del arroz con leche de
tu desayuno al conflicto de zapatito blanco o zapatito azul que pasas cada
mañana antes de salir de casa, hasta el zango zango zabaré.
Si hubiera sabido
Camilo que en el Jardín de Niños su mundo crecería de esa manera, hubiera pedido
a su mamá que lo trajera más pequeño, pero entonces no hubiera podido subir a
la resbaladilla porque los escalones son altos, o alcanzar el columpio y mucho
menos ganar el sube y baja porque los grandotes se lo apropian.
Así que tuvo que esperar
a tener los cuatro años cumplidos y ser inscrito en la escuelita del pueblo,
allí donde los niños entran limpios y salen con la ropa llena de pintura de
colores y los cachetes colorados de tanto correr.
Si un niño te ve feo o
te saca la lengua simplemente puedes ignorarlo o llorar desconsoladamente, sin
juicios ni problemas. A lágrima gorda. Al rato andarás jugando con él y ni
quien se acuerde de lo que pasó.
Cuando Camilo entró al
jardín de niños, sus papás lloraron. Sintieron que se les iba de las manos y
cada día regresaba a casa ese niño de ojos radiantes, con palabras nuevas que
resuenan en la casa. Su juego acompañado de sutiles melodías que aprendió esa
mañana. Sus dedos, cada vez más diestros, empuñaron el lápiz de una nueva
forma, dejando atrás los garabatos en la pared con la mano gorda.
Así, Camilo, como
tantos otros niños, vivió el traslado del hogar a su nueva vida en el jardín.
El jardín de niños.
De: Camilo va al Jardín de Niños
Blanca Eugenia Romero Rentería